Solo cuando se acerca la cosecha se detectan las señales del virus de la cereza pequeña en los cerezos: frutas pequeñas, pálidas y amargas.
Sin embargo, actualmente, los líderes del sector informan que no debe perderse de vista el problema todo el año y han establecido un nuevo grupo de trabajo con el objetivo de frenar la propagación de los patógenos responsables hasta que se desarrollen soluciones a largo plazo, tal como variedades resistentes al virus.
Los patógenos, el virus número 2 de la cereza pequeña (LChV-2) y el fitoplasma Western X, no son una novedad en la región Noroeste del Pacífico, pero se encuentran en marcado aumento de acuerdo con resultados de pruebas realizadas por el Centro de Plantas Limpias del Noroeste. El director del centro, el virólogo de la Universidad Estatal de Washington (WSU) Scott Harper, presentó los datos durante el congreso invernal del sector para advertirles que, si no se actúa, la plaga podría encaminarse a un crecimiento exponencial.
Harper vino a la WSU en 2017 después de trabajar en el sector de los cítricos de Florida y declaró que su advertencia sobre el virus de la cereza pequeña se origina, en parte, en su experiencia de haber observado el impacto de la enfermedad de HLB (Candidatus Liberibacter), una plaga bacteriana transmitida por insectos que según él se comporta de forma similar al Western X.
“En Florida la reacción fue inadecuada y tardía, y no quiero que suceda lo mismo aquí”, advirtió.
El grupo de trabajo tiene el objetivo de coordinar una respuesta exhaustiva, basada en la investigación y dirigida por miembros del sector, informó la especialista de la extensión de la WSU, Karen Lewis. “Todos a los que les pedí que participaran me respondieron, ‘Sí, esto es importante’”, indicó.
Después de la primera reunión en abril, el grupo decidió invertir este año en el desarrollo de un plan de prioridades de investigación, extensión y política, y luego buscar financiamiento para así realizar primero el trabajo más importante. Eliminar los árboles infectados es solo el primer paso.
“Tan solo desde el punto de vista de la patología, queda claro que no podemos vivir con estos dos patógenos. Ese árbol continuará empeorando”, aseguró Harper. “La única solución es la misma que se propuso hace 70 años: eliminarlo”.
Eso suena simple, pero no aborda muchas interrogantes, tal como: si se deben también eliminar los árboles asintomáticos aledaños; cómo dar tratamiento a las raíces de los árboles eliminados para limitar la propagación; cómo y qué resembrar; cómo controlar mejor los insectos que propagan las plagas, y qué especies de cultivos nativos o de otro tipo podrían ser reservorios de los patógenos.
La especialista de la extensión de la WSU, Tianna DuPont, declaró que, a corto plazo, el equipo busca mejorar el conocimiento sobre el problema y lo que pueden hacer los productores ahora mismo.
“La gente está consciente de que es un problema, pero todavía existen casos conocidos del virus de la cereza pequeña que no se han eliminado”, aseguró. “Así que, nos falta algo. ¿Acaso es cómo manejar el problema? ¿O el aspecto económico? Eso forma parte de la concientización con la que debemos ayudar a las personas”.
Detección
Una de las primeras prioridades que enfrenta el grupo de trabajo es determinar cómo sondear la región para evaluar la escala y el alcance del problema. Un mapa de dónde ya se ha encontrado el virus LChV-2 y el fitoplasma Western X proporcionará el fundamento para muchas preguntas de la investigación, pero el grupo de trabajo quiere encontrar una forma de conciliar la necesidad de obtener información con la de proteger la privacidad de productores particulares.
En Oregón, la estudiante graduada de la OSU, Laurie Lutes, comenzó un sondeo el año pasado y tiene planes de continuarlo este año, como parte de su proyecto en curso y las metas del grupo de trabajo.
“Definitivamente lo vimos en The Dalles, y tuvimos personas que reportaron síntomas en Hood River y en otras áreas en las que todavía no hemos tomado muestras”, indicó. Hasta ahora, todos los árboles asintomáticos en el lado de Oregón de la Garganta del río Columbia han dado positivos para Western X, informó.
Todos los productores con los que trabajó eliminaron los árboles sintomáticos, declaró Lutes, pero tanto el virus como el fitoplasma presentan un reto particular porque se pueden propagar a árboles adyacentes sin ser detectados, y no es una práctica habitual eliminar los árboles vecinos preventivamente.
El sector necesita herramientas eficaces, rentables y rápidas capaces de detectar los patógenos antes de que los árboles muestren síntomas, declaró Hannah Walters, asistente de investigación en la empresa Stemilt Growers de Wenatchee, Washington, y miembro del grupo de trabajo. Los árboles recién infectados no muestran síntomas de inmediato, pero muy probablemente propagan los patógenos.
“Esa es la visión a largo plazo, para poder adelantárnosle”, explicó.
DuPont accedió y añadió que su erradicación eventual dependerá de tener pruebas eficaces para detectar nuevas infecciones cuando los niveles de virus son bajos.
“De otro modo, tendremos esos reservorios de la enfermedad por ahí”, aseguró DuPont. “No queremos bajar la guardia y que poco a poco reaparezca”.
Vectores
Los principales insectos vectores de la enfermedad han sido identificados —la cochinillas arenosas transmiten el LChV-2 y las psilas transmiten el Western X— pero aún quedan muchas preguntas sobre la relación entre los vectores y los patógenos.
“Una pregunta importante es, ‘¿Cómo se mueven estos vectores, y cómo ese movimiento afecta la propagación de los patógenos?’”, indicó el entomólogo de la WSU, Tobin Northfield.
Para los insectos relativamente móviles, como las psilas, existe un riesgo de que un tratamiento disperse a los insectos y aumente la propagación de la enfermedad, explicó.
Aunque las personas tienden a hablar sobre el virus de la cereza pequeña como un solo problema, cuando se trata del control de vectores, las cochinillas arenosas y las psilas son insectos muy diferentes, y manejarlos probablemente requiera dos estrategias diferentes, añadió Northfield.
Existe información bastante buena sobre cómo controlar a las cochinillas arenosas, indicó Walters, pero en lo que respecta a las psilas, los productores andan por su cuenta en lo que respecta a su manejo y no entienden cómo se trasladan a través del paisaje o cuándo tienen una mayor probabilidad de transmitir la enfermedad.
Existen anfitriones alternativos para las tolvas de la vegetación nativa, y se están llevando a cabo investigaciones para determinar cuáles plantas nativas albergan los patógenos además de los vectores.
“Es un problema extremadamente complicado”, aseguró Northfield. “Ya que hay que lidiar con la fisiología de la planta, los patógenos y los vectores, necesitamos personas que puedan enfocarse en cada aspecto, pero en realidad, para obtener una mejor comprensión del problema, realmente necesitamos el grupo de trabajo completo”.
Mejora
La solución final para el virus de la cereza pequeña sería tener variedades que puedan resistir o tolerar a los patógenos. Harper y el obtentor de cerezas de la WSU, Per McCord, recientemente comenzaron un estudio en busca de estas características clave en diferentes variedades comerciales y parentales.
“Si encontramos algo en este grupo, será comercializable o muy cercano a ello”, en términos de la calidad de la fruta y desempeño hortícola, declaró McCord. De otra forma, tendrá que ampliar su búsqueda para encontrar rasgos de tolerancia en el genoma de las variedades primas de cerezas silvestres, lo que retardaría el beneficio comercial.
Con dos patógenos en juego, y presuntamente diferentes modalidades de acción, también es poco probable que una variedad muestre tolerancia a ambos, indicó McCord.
Asimismo, señaló que la tolerancia y la resistencia son muy diferentes. “La tolerancia implica que el patógeno puede infectar, pero a la planta no le importa”, aclaró McCord. “La tolerancia de todas formas produciría buenas cerezas”.
La resistencia, por otra parte, implica que la planta tiene algún mecanismo para prevenir que el patógeno se multiplique, añadió Harper. Mahaleb, un portainjerto de cerezas, tiene un mecanismo de resistencia contra Western X, pero su respuesta “hipersensible” lleva a que el árbol se mate a sí mismo, indicó. Eso, obviamente, no es el tipo de resistencia que busca el sector.
Pero los árboles tolerantes, mientras producen buenas cerezas, también podrían servir como un reservorio para los patógenos, los cuales podrían propagarse, explicó Harper. “La tolerancia es una espada de doble filo, pero de todas formas es probablemente la mejor solución”.
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