En la distancia, se escucha el sonido del motor de una motosierra con cada corte fresco en la vid. Siguiendo al cortador varias filas por detrás, Raúl Rodríguez y su equipo de trabajadores cortan y unen injertos en cada vid de manera lenta pero segura.
Durante 15 años, Rodríguez ha estado viajando de California a Washington cada temporada para injertar las variedades de uva solicitadas en los viñedos existentes y establecidos de variedades que podrían estar perdiendo el favor de las bodegas.
El injerto exige mucha mano de obra y requiere que los productores tomen medidas para asegurarse de que no están creando problemas mayores en el viñedo —por ejemplo, los virus— pero cada vez más, esto se está convirtiendo en la opción elegida para aquellos que buscan cambiar las cosas de forma rápida y más económica que la replantación.
“Cuando plantas, normalmente no obtienes nada hasta la tercera hoja, y es la mitad de la cosecha”, dijo Todd Newhouse, de Upland Vineyard Winery en Outlook, Washington, quien estima que ha contratado a Rodríguez y su equipo cada temporada desde la primera vez que el injertador trabajó en Washington. “Al injertar se requiere de un año y medio para obtener una cosecha, por lo que está produciendo un año y medio antes. No se puede sobreestimar el valor en eso”.
Un análisis de los riesgos y beneficios realizado por Trent Ball de Yakima Valley College demostró que el injerto de campo puede reducir a la mitad el tiempo sin producción y disminuir los costos significativamente, con un período de recuperación de la inversión de poco más de tres años para el injerto de un viñedo en comparación con 4.7 años para la replantación.
“Este es el mejor de los casos”, dijo Ball en la Convención y Feria Comercial de Viticultores de Washington en Kennewick, Washington, el febrero pasado. “Suponiendo que no se produzcan enfermedades prematuras o heladas que tengan un impacto en su producción, el injerto frente a la replantación muestra grandes diferencias”.
Injertar o no injertar
Todd Chapman, gerente de viñedos de Coyote Canyon Winery en Prosser, Washington, revisa una lista de los criterios para realizar los injertos para decidir si injertar o replantar.
La lista incluye los aspectos económicos detrás de ella —¿se tiene un contrato para esas uvas?— el estado de virus y enfermedades, la idoneidad del lugar y el diseño del sistema de espaldera y la densidad de la vid.
Si un productor no está contento con la densidad de la vid o si las espalderas están en mal estado, podría ser un buen momento para hacer cambios en esos aspectos y replantar de todas formas, dijo el año pasado.
El primer año en el manejo de un sobreinjerto implica el monitoreo y el alivio de la presión de la vid, el control y eliminación de los vástagos, el riego del nuevo crecimiento, el aumento en la fertilización y considerar la posibilidad de utilizar cultivos de cobertura para moderar el riego y controlar parte del vigor.
Sus notables desafíos para el manejo de injertos: la sincronización de las prácticas vitivinícolas (“es difícil ser eficiente con sus pases”, señaló), la aplicaciones de rociado, la poda y el raleo de brotes y exceso de cosecha.
“Además, planifique con anticipación”, dijo en la convención de Viticultores de Washington del año pasado. “Asegúrese de investigar la disponibilidad de mano de obra. Es difícil decidir si desea transportar a 20 personas adicionales durante un mes o tratar de salir adelante con su equipo actual. La parte relacionada con la mano de obra es complicada”.
Rodríguez, también se dio cuenta de las dificultades de la mano de obra. “Cada vez es más difícil encontrar trabajadores y esa es mi mayor preocupación”, dijo.
Hace quince años, un exceso de uvas Chardonnay y Merlot hizo que los productores de Washington buscaran nuevas variedades. Las bodegas estaban cancelando contratos y los productores se estaban poniendo nerviosos.
Newhouse dijo que su padre, Steve Newhouse, había estado experimentando sin éxito con el injerto durante un par de años tal vez 5 o 10 por ciento de las vides injertadas habían prendido.
“Entonces, papá encontró a Raúl”, señaló. “No teníamos nada que necesitara de injertos, pero pensamos que encontraríamos algo para él, solo para injertarlo y ver si funcionaba”.
Desafortunadamente, ya era primavera y Newhouse no tenía madera. Rodríguez encontró madera limpia en California, la llevó a Washington e injertó una fila de Chardonnay con Zinfandel. De las 250 vides en la fila, 248 prendieron.
Newhouse y su padre no podían creerlo.
“Más tarde, ese mismo año, el hacha cayó sobre nosotros y nuestros contratos con Chardonnay y Merlot fueron afectados . Las bodegas no querían esas variedades. Entonces, trajimos a Raúl para injertar más de 75 acres con Pinot Gris”, dijo. “Recuerdo que todos estábamos nerviosos, y todo prendió de maravilla”.
Calcula que Rodríguez ha injertado al menos uno o dos acres, si no es que 50 acres, cada año desde el primero.
Rodríguez, originario de Oxnard, California, trabajó en el campo la mayor parte de su vida, ayudándole a su padre a recoger jitomates y fresas cuando era chico, luego a recolectar lechuga durante una década cuando era joven. Su exsuegro lo introdujo al injerto de vides en 1989, lo que se ha convertido en un negocio familiar que ahora incluye a sus hijos, hermanos y sobrinos.
Rodríguez y su equipo generalmente promedian 400 acres de uvas para vino y, ocasionalmente, uvas de mesa durante una temporada que dura hasta cinco meses. Se esfuerza por terminar su trabajo en California en marzo, para viajar a Washington en abril, pero la temporada en Washington se alarga gracias a la demanda. El año pasado, concluyó sus últimos injertos alrededor del 14 de junio.
Newhouse ha aprendido los pros y los contras. En el viñedo, el primer año es bastante intenso con la mano de obra con la formación de plantas, y las vides deben ser regadas de manera diferente.
“Y definitivamente tienes que hacerlo un par de veces para averiguar cómo cuidar esas vides y minimizar tus pases”, afirmó. “Injertas cuatro yemas en una vid establecida que se usa para impulsar 50 vides. Hay mucha energía en esas vides y tienes que aprender a aprovecharlas sin que las cosas despeguen y se vuelvan ridículas para ti”.
Además, las vides injertadas han sido dañadas en lo esencial, lo que las hace susceptibles a la enfermedad del tumor de cuello y a los virus. “Nunca he visto prosperar tumores de cuello en los viñedos más viejos que hemos injertado, pero parece que sucede con mayor frecuencia en el material más joven que utilizamos”, afirmó.
Y los virus plantean otro reto. Hace quince años, Newhouse sabía que algunos bloques tenían enrollado de la vid y pensó: “¿cuál es la diferencia?” Luego vio cómo el sobreinjerto parecía acelerar los efectos. “Ahora estamos conscientes definitivamente. Si sabemos que un bloque tiene un enrollamiento intenso, lo arrancaremos”.
Por su parte, Rodríguez espera que los productores hayan hecho su trabajo al examinar tanto la madera de yemas como la madera de las plantas terminadas, y las yemas deben cortarse y colocarse en una bolsa de plástico para almacenamiento en frío. “No puedes tenerlos en la esquina con agua. Tienes que tenerlos cubiertos, o se secarán”, afirmó.
Él prefiere el injerto de látigo o de lengüeta, con dos cortes y dos sitios para que el injerto prenda. Deja al menos dos yemas, porque, como dijo, “cuanto más, mejor. Tiene una mejor oportunidad de prender”.
Rodríguez cubre el injerto con cinta elástica, no cinta aislante, indicó, y cubre con pasta cicatrizante.
“Es mucho trabajo. Incluso, el proceso para preparar el campo es mucho, para cortar los brazos. Les pedimos que poden todo”, dijo. “Y cuando terminamos, tienen que permanecer en la cima de la formación. Cuando tienen uno o dos pies de largo, el productor ya debería estar formando esas vides”.
Rodríguez considera que un buen porcentaje de prendimiento es del 90 por ciento o más.
A los 58 años, no está seguro de cuántos años más le restan en el trabajo, pero dijo que lo disfruta lo suficiente como para nunca dejarlo.
El proceso de injerto: