Tras la comida del mediodía, la gente volvió poco a poco a la sala de reuniones en español de la reunión anual de la Asociación de Árboles Frutales del Estado de Washington, este año celebrado el 5 de diciembre en Kennewick, Washington. El orador del primer tema de la tarde se vio obligado a empezar su charla con la mitad de las sillas vacías.
Pero Ofelio Borges tiene un don.
Se puso a hablar y al cabo de unos minutos, el público se había vuelto y se había volcado hacia lo que exponía. Estaban embelesados. Unos 700 hombres y mujeres, de todas las edades, escuchaban la exposición de Borges sobre qué significa la inteligencia emocional y cómo podemos alcanzarla.
Borges llevaba puesta una gorra de cuero negro y bajó del escenario para acortar la distancia entre él y las personas a las que quería ayudar. Comenzó con una afirmación: “(La inteligencia emocional) debería formar parte de nuestra educación en la escuela”. Lamentó que, “No se nos enseñe a controlar nuestras emociones”.
Jorge Gordillo, de 54 años, de Zillah, quien escuchaba la presentación de pie en el fondo de la sala, está de acuerdo. Gordillo ha visto lo que ocurre cuando la gente no controla sus emociones en el trabajo. Admite que él mismo lo ha hecho. “La gente habla por impulso sin pensar en las consecuencias”, afirmó.
Borges ofreció algunos pasos que no son fáciles a seguir. Todo empieza por identificar las emociones, en uno mismo y en los demás. La capacidad de comprender, controlar las propias emociones y de reconocer las emociones que experimentan los demás es el objetivo, tanto como comprender que la clave es que las emociones son temporales.
Lo que explicó Borges no fue una novedad para muchos de los presentes.
“(Borges) pasa por las mismas frustraciones (que los demás)”, dijo Antonio Silva, de 52 años, de Yakima, quien también le escuchaba. Pero pase lo que pase, “hay que seguir trabajando, asimilando”. El asunto le recordó que “hay que ser más paciente”.
El tema tampoco le parecía nuevo a Gordillo y la forma de hablar de Borges, que no era típica, no le importaba. “Palabras como ’empatía’ no son palabras comunes, pero eso ya lo sabíamos. Se entiende el significado”, dijo.
Borges no pretendía presentar ideas únicas, sino hablar de problemas cotidianos y ofrecer las maneras de cómo evitarlos o, al menos, no hacer que se salgan de control. Con ejemplos sencillos, mostró algunas situaciones en las que las personas no controlaron sus emociones y explicó la cadena de problemas que esto puede desencadenar.
Luego, basado en uno de los ejemplos mostrados, preguntó a los asistentes qué sí hubiesen tenido una situación similar, que podrían haber hecho de otra manera para obtener mejores resultados. La sencillez del ejemplo hizo que no hubiera nadie en la sala que no lo entendiera.
El tiempo iba pasando rápidamente y Borges se veía obligado saltar parte de su charla preparada por medio del Power Point, ya en el último minuto, se despidió de los asistentes con unas frases motivadoras: “Estar dispuesto a cambiar tus perspectivas; Sé el árbitro de tus propios actos; Practica la tranquilidad”. Aunque sabe que nada de esto es fácil, Borges terminó su charla con una actitud optimista diciendo, “Tenemos la capacidad de cambiar las cosas”.
—por Jean Dibble