Todos decían que no se podían cultivar huertos con espalderas superpuntiagudas en Nueva York porque, a diferencia del árido pero irrigado oeste, no se puede simplemente apagar el agua para controlar el vigor.
Pero después de una visita a Columbia Británica, donde los productores estaban haciendo la transición a las espalderas superpuntiagudas para aumentar los rendimientos, Rod Farrow decidió probarlas en 1996 con la ayuda de portainjertos de tipo Bud.9 de bajo vigor. Funcionó tan bien que para el 2001 era todo lo que había sembrado en las 172 hectáreas (425 acres) que administró para Lamont Fruit Farm en Waterport, Nueva York.
“Eso es ocho veces más árboles (por área) que los que estábamos sembrando, pero no requirió que trabajáramos más, sino que trabajáramos menos”, afirmó Farrow. “Es manejarlo a una escala que sea visible. Es difícil ver un árbol con 500 manzanas y que alguien lo entienda”.
Lo que se le hizo evidente fue la estrecha relación entre la carga frutal, el tamaño, la calidad y las posibles ganancias. En los siguientes 20 años, la búsqueda de la precisión y rentabilidad de Farrow lo llevó a la vanguardia del cultivo de manzanas. Su camino hasta allí fue muy poco tradicional: Farrow, nacido en Inglaterra, creció en la ciudad, pero un trabajo de verano en un huerto de manzanas lo inspiró. Decidió renunciar a la universidad y, en su lugar, se convirtió en aprendiz de productores progresistas por todo el mundo, y finalmente se instaló con su familia en el oeste del estado de Nueva York para trabajar para el prominente horticultor George Lamont, quien vendió su compañía operadora y sus huertos a Farrow cuando se jubiló.
Ese inusual camino produjo un productor que pensaba de una forma un poco diferente, que se sentía cómodo cuestionando la sabiduría convencional y prefería hacer sus propios cálculos para maximizar las ganancias de su terreno de manzanos.
Lo que hizo destacar a un joven trabajador agrícola en los años 90 fue que mientras todos los demás gerentes hablaban sobre la cantidad, Farrow hablaba sobre la calidad. Veinticinco años después, eso es todavía de lo que hablan, declaró José Iniguez, el antiguo administrador de la huerta de Farrow, quien se ha convertido en socio.
Una de las primeras y duraderas lecciones que aprendió trabajando para Farrow es que “si aprendes algo y no se lo enseñas a otra persona, ¿qué sentido tiene?” recordó Iniguez. “Rod siempre ha sido un libro abierto para todo el mundo”.
Por ser generoso con su tiempo y perspicacia, y por su liderazgo en la horticultura de precisión, las nuevas variedades y la tecnología, el consejo consultivo de Good Fruit Grower ha reconocido a Farrow como el Productor del Año 2020.
“Ayuda a la gente a idear una mayor rentabilidad mediante la maximización de las ganancias, en lugar de reducir los costos, y se centra en el manejo de precisión para lograr esos valores de cultivo más altos”, explicó Terence Robinson, fisiólogo de cultivos frutales de la Universidad de Cornell. “Es el mejor productor que tenemos en Nueva York, tal vez incluso en todo Estados Unidos”.
Vendió Lamont Fruit Farm, su empresa de explotación agrícola, a sus socios, Iniguez y Jason Woodworth, para “jubilarse” a principios de este año. Pero Farrow sigue trabajando en el desarrollo de huertos con su asociación en Fish Creek Orchards y con Fruit Forward, un grupo centrado en la realización de estudios de variedades en la región este de los Estados Unidos, junto con colaboraciones en investigación y tecnología.
La precisión basada en datos
Farrow sembró las espalderas superpuntiagudas de su primer estudio en 1996, pero atribuye a la tormenta del Día del Trabajo de 1998, que tumbó casi todas las manzanas de los árboles, el haber inspirado su pasión por la horticultura de precisión.
Desde el punto de vista financiero, la situación era muy difícil para Lamont Fruit Farm, donde Farrow trabajaba como administrador de la huerta, pero también le dio la oportunidad de comprar el negocio y establecerse como sucesor de George y Roger Lamont. A su alrededor, las huertas intentaban diversificar para encaminarse hacia una mejor situación financiera.
“Pensé, bueno, lo único que sé hacer realmente bien es cultivar manzanas”, declaró Farrow, recordando la vez que se endeudó para comprar un negocio con un valor negativo. “Así que solo tengo que ser muy buen productor de manzanas”.
Se sumergió en los datos del centro de empaque en el cual Lamont tiene una asociación, Lake Ontario Fruit Co., intentando entender el mayor valor posible de cada variedad. Por ejemplo, las manzanas Gala de tamaño 88 producen ganancias de 6 dólares más al productor que las de tamaño 100.
“Me sorprendió que el rendimiento no era la única respuesta”, señaló. “No había mucha gente pensando en eso, pero en el caso de las Gala son 20,000 dólares brutos de posibles ganancias para el productor. Eso fue lo que se convirtió en la clave de nuestro éxito: buscar el máximo ingreso posible”.
En 2016, mientras hablaba en el congreso anual de la Asociación de Árboles Frutales del Estado de Washington, Farrow compartió una gráfica de las ganancias de los productores de fruta del lago Ontario provenientes de sus manzanas Honeycrisp. La gráfica mostraba la diferencia entre el 10 por ciento de productores con mayores ganancias en comparación con el productor promedio: Ese año, los mejores productores ganaban más de 32 centavos por kilogramo (6 dólares por bushel) por encima del promedio, y el mejor productor ganaba 79 centavos (15 dólares por bushel) más.
Esa información permite que los productores se comparen con sus vecinos.
“Estoy intentando inspirar a otros productores”, indicó Farrow. “Hay que saber lo que vale la pena cultivar”.
Compartir sus estrategias para obtener más ganancias concuerda con la creencia de Farrow de que las mareas ascendentes levantan todos los barcos, afirmó Kaari Stannard, presidente de New York Apple Sales y socia de negocios de Farrow en Fish Creek Orchards y Fruit Forward.
“Lo maravilloso de Rod es que tiene una actitud muy abierta y pone a la industria en primer lugar”, agregó.
El éxito de las espalderas superpuntiagudas
Cuando Farrow vio por primera vez un huerto con espalderas superpuntiagudas, pensó: “¡Ajá! Así es como se cultivan manzanas hermosas”, apuntó.
Se apresura a decir que es lo mejor para él, no necesariamente para todos, pero la simplicidad del sistema hace que sea más fácil de podar, ralear y comprender con precisión.
“Es mucho más fácil producir manzanas uniformes con árboles uniformes”, añadió. “Solo tenemos espolones y no mucho crecimiento, así que no se trata de un desperdicio de energía —el 90 por ciento va a la cosecha”.
El costo de establecer casi 5,000 árboles por hectárea (2,000 árboles por acre) desanima a muchos productores; Farrow acredita al vivero de la huerta por hacerlo viable (ver el artículo “El éxito comienza en el vivero”), pero en general no tiene miedo de gastar dinero para ganar más dinero.
La participación regular de Farrow en el Resumen Empresarial de las Huertas Frutales, un esfuerzo anual de la Extensión Cooperativa de Cornell para ayudar a los productores a comparar sus costos de insumos e ingresos, muestra que Lamont Fruit Farm casi siempre tenía los costos más altos por área. Pero también solía tener el menor costo por dólar de ingreso, añadió Farrow.
Esa es una perspectiva diferente a la de muchos productores que buscan reducir los costos primero para luego aumentar las ganancias, explicó Robinson de Cornell. “Él fue invaluable para nuestro trabajo, para argumentar que había dinero en juego que no capturamos con nuestra gestión de huertos menos disciplinada”, afirmó.
Esa filosofía se extiende a la tecnología, y Farrow es uno de los primeros en adoptarla. Las filas de su huerto planificado se adaptan bien a la mecanización, la visión computarizada y, finalmente, a la cosecha robótica. Sin embargo, por el momento, está más interesado en las innovaciones que pueden mejorar el valor de la cosecha en lugar de solo reducir los costos de mano de obra.
“Nuestra fuerza de trabajo con visas H-2A es increíblemente eficiente, confiable, gente agradable. Va a ser difícil ganarles”, aseguró. Pero le entusiasma la idea de mejorar las capacidades de los trabajadores, ya sea una plataforma de cosecha asistida por vacío o un nuevo esfuerzo de investigación que utiliza sistemas de visión computarizada para hacer el conteo de yemas, lo cual da como resultado que los trabajadores sean más eficientes y precisos al momento de la poda.
Este año, en la huerta se compró un soplador de hojas neumático para reemplazar la defoliación a mano con el fin obtener un mejor color. Incluso a un costo de 2,965 dólares por hectárea (1,200 dólares por acre), el mejor color generó ganancias, afirmó Farrow, pero el precio de la máquina, que no es tan buena como el trabajo manual, es de menos de 124 dólares por hectárea (50 dólares por acre).
Un esfuerzo de equipo
Reflexionando sobre su carrera, Farrow atribuye su éxito a la oportunidad de trabajar con la gente adecuada en el momento adecuado. Descubrió su amor por los huertos cuando era adolescente, mientras buscaba un trabajo de huerta a tiempo parcial a poca distancia en bicicleta de su casa en Ipswich, Inglaterra. Su primer jefe, Dan Neuteboom, lo puso en contacto con horticultores en Francia, donde fue a trabajar durante lo que se suponía era un año sabático; Farrow lo pasó tan bien que decidió renunciar a la universidad y buscar otro mentor horticultor. George Lamont había visitado recientemente a Neuteboom, así que Farrow lo usó como presentación y se invitó a sí mismo. Él y Lamont se llevaron bien.
Pero Farrow todavía tenía el deseo de viajar, así que buscó el apoyo de más conexiones para trabajar para horticultores en Nueva Zelanda, donde conoció a su esposa, Karyn, y luego fue a Japón. Pero la oportunidad de trabajar para Lamont —y los precios baratos de las tierras de cultivo— lo atrajeron a él, a Karyn y a su joven hija de vuelta a Nueva York en 1986.
Esos primeros mentores dieron forma a su estrategia para el resto de su carrera, explicó Farrow: “Parte de lo que me hizo adoptar una actitud tan abierta es que todos estaban tan dispuestos a compartir conmigo”.
Lamont, quien murió la pasada primavera a los 83 años, fue un modelo de colaboración como productor progresista, líder de la industria y socio de investigación a medida que Nueva York pasaba a una producción centrada en los alimentos frescos. Farrow “lleva el término productor-colaborador a un nuevo nivel”, declaró Karen Lewis de la Extensión de la Universidad Estatal de Washington.
“Ayuda a identificar las preguntas investigables, aporta los recursos y los árboles, y mantiene un ojo en el diseño y las metodologías experimentales para que se tenga confianza en los resultados”, añadió. “Hago mejor mi trabajo porque he recibido sus generosos dones de tiempo, liderazgo y conocimiento”.
Las relaciones definen cómo Farrow habla sobre su éxito. Las técnicas de injerto y producción de árboles que aprendió de Mike Argo de Washington le hicieron financieramente factible arriesgarse con nuevas variedades. Las innovaciones de mecanización de JJ Dagorret, también de Washington, ayudaron a su huerta a mantener su eficiencia frente a los crecientes desafíos laborales. Una colaboración con el exhorticultor de Stemilt Dale Goldy generó el éxito del programa SweeTango. Adquirió conocimientos sobre la tecnología y la educación industrial trabajando con Lewis en la junta de IFTA, y sobre la infraestructura de los huertos a través de conversaciones con Robinson de Cornell, ya que ambos buscaban los sistemas más lucrativos para Nueva York.
Las relaciones más importantes son las que se forjan en la huerta.
“Tenemos tanta suerte de que José haya venido a trabajar para nosotros. No se le puede poner un valor a alguien que puede poner a 120 personas en la posición de tener éxito y proporcionarles el tipo adecuado de condiciones de trabajo y la capacidad de ser siempre eficientes”, señaló Farrow. “Empoderamos a la gente. Cualquiera que muestre alguna habilidad es promovido y se le pide que haga más, y siguen ascendiendo”.
Es un pensar que aprendió de Lamont.
Esa inversión en las personas está dando sus frutos a lo largo de generaciones, asintió Iniguez. Muchos de los trabajadores agrícolas que trabajaban para Lamont Fruit Farm ahora son dueños de negocios locales: restaurantes, tiendas y huertas. “Además de la huerta, nos enseñó a manejar el dinero, a pensar creativamente, a quedarnos aquí y construir”, recalcó. “Ese es un legado que Rod va a dejar”.
Recordando a las personas que dieron forma a su carrera, Farrow anima a los jóvenes productores a invertir su tiempo en entablar conexiones.
“Lo peor que puede hacer un veinteañero es quedarse en casa en la huerta”, aseguró. “La gran camaradería es el secreto del éxito en nuestra industria”.
—por Kate Prengaman
Tradiciones no familiares
Farrow comparte sus ideas sobre la planificación de transiciones exitosas en las huertas.
En una industria dominada por las huertas familiares multigeneracionales, Rod Farrow trazó su propio camino dos veces cuando se convirtió en copropietario de la huerta de frutas Lamont Fruit Farm y, más tarde, cuando diseñó su propia jubilación. Atribuye a la extensa planificación y al modelo establecido por su mentor, George Lamont, el haber hecho esas transiciones con éxito, y le gustaría que sirviesen de modelo para otros productores que no tienen un sucesor evidente.
Comenzó su etapa de copropietario con un desastre: la tormenta del Día del Trabajo en 1998 que sacudió las manzanas de los árboles en cada huerto de Lamont Fruit Farm.
“Sufrimos durante los años 90, como todos los productores, y a la huerta le fue muy mal”, recordó Farrow. La financiación de las operaciones era incierta a menos que Farrow, quien había acumulado algo de participación en los beneficios, se arriesgara a comprar el 33 por ciento de la propiedad con los hermanos George y Roger Lamont. Los Lamont, quienes no tenían hijos interesados en hacerse cargo de su huerta familiar de cinco generaciones, le prometieron que recibiría una propiedad mayoritaria en unos pocos años.
George Lamont vio por primera vez el potencial de Farrow cuando el joven llegó a Nueva York desde su hogar en Inglaterra, a los 20 años, para vivir con Lamont y aprender sobre la producción de frutas. Varios años después, en 1986, Farrow se mudó a Nueva York para trabajar para Lamont a tiempo completo.
“La mayoría de los productores de manzanas contratan personas, pero nunca esperan incorporarlas al negocio. George vio este potencial en Rod y se ofreció a convertirlo en socio”, señaló Terence Robinson de la Universidad de Cornell, mientras reflexionaba sobre la estrategia poco usual de Lamont y su éxito.
Después de años de manejar la huerta de 202 hectáreas (500 acres), Farrow tomó la propiedad absoluta en 2009. Y sólo un año después comenzó a planificar su propia salida.
“George siempre me decía: ‘Necesitas saber quién será el sucesor para cuando tengas 50 años’”, apuntó Farrow. “Siempre ha sido importante para mí que el negocio nos sobreviva. Hay que contratar a los mejores empleados disponibles porque las familias de unas 150 o 200 personas dependen de este negocio”.
Los hijos de Farrow, Rebekah y Sebastian, no estaban interesados, pero él ya sabía, en parte, quien quería que se encargase de la huerta. Le atribuye a José Iniguez, el entonces gerente general, el empoderamiento del personal y el manejo de la huerta hacia la rentabilidad basada en la precisión.
Iniguez, quien inmigró de México, vino a trabajar por primera vez a Lamont Fruit Farm cuando tenía 19 años. Farrow observó su talento con la gente y atención a los detalles, y rápidamente lo ascendió de rango. Al principio, Iniguez recuerda haber dudado de los ascensos: “No tenía ninguna educación, pero Rod decía: ‘Yo tampoco’”. Unos años después, Farrow lo promovió de nuevo a gerente general.
“José continuó ascendiendo. Su capacidad para supervisar a la gente sobrepasaba la de cualquier otra persona que jamás he contratado”, aseguró Farrow.
Pero también sabía que Iniguez necesitaba un socio para tener éxito, alguien que pudiera dirigir el negocio como lo hizo Farrow. Así que, cuando Jason Woodworth, un productor local que, como Farrow, se centraba en la horticultura de precisión, buscaba su próxima oportunidad, Farrow sintió que había encontrado el equipo perfecto. Tenía 51 años.
Un año después de que Woodworth se incorporara, los tres hombres pasaron gran parte del invierno planificando cómo compartir las responsabilidades de las operaciones de la huerta y cómo los nuevos socios comprarían al final la participación de Farrow.
“Fue muy fácil tener estas conversaciones sobre nuestras fortalezas y debilidades porque no somos familia”, manifestó Woodworth. “Fue algo visionario para mí el estar allí en 2010 planificando nuestro futuro. No creo que el 90 por ciento de las huertas familiares hagan eso, porque con la familia se torna demasiado personal”.
Sólo tres años después, Iniguez y Woodworth se habían convertido en copropietarios y Farrow comenzó a hacer un esfuerzo dedicado para salírseles del medio.
“Hay que darles el trabajo tan rápido como puedan tomarlo”, señaló. “Si no hubiera visto a George hacerlo, no estoy seguro de haber sabido cómo. Que otros se salgan del medio es muy importante”.
Tal como Lamont lo hizo años antes, trabajando con la Sociedad de Horticultura del Estado de Nueva York y la Cooperativa Premier Apple durante su jubilación, Farrow adoptó nuevos proyectos para mantenerse ocupado fuera de la huerta.
“Lo único que me quedaba por hacer (en la huerta) era darle palmadas en la espalda a la gente y decirles que están haciendo un gran trabajo”, declaró. Así pues, asumió un papel de liderazgo en la Asociación Internacional de Árboles de Fruta y viajó por el mundo de la producción de manzanas para establecer conexiones y descubrir nuevas variedades. “Pensé, lo mejor que puedo hacer con la huerta es involucrarme con cada nueva variedad que viene en camino”.
Para otros productores que están pensando en la sucesión, Farrow advierte que toma más tiempo de lo que muchos esperan.
“Hay que encontrar a alguien con quien uno quiera trabajar, y esa persona tiene que ser capaz de tener éxito y pagar a un valor de mercado justo”, informó. “Tuve que hacer arreglos para que José y Jason pudieran compartir las ganancias de la compañía operadora”.
Cada uno de los socios compró el 12.5 por ciento para empezar, indicó Farrow, a la vez que tomaban préstamos dando por entendido que la huerta les pagaría lo suficiente en bonos para cubrirlo. Dos compras más tarde, Farrow se jubiló formalmente de la huerta a principios de este año.
Woodworth e Iniguez, ambos ahora acercándose a los 50 años, continúan trabajando estrechamente con Farrow en su asociación de desarrollo de huertos, Fish Creek Orchards. Woodworth informó que Farrow continúa participando en discusiones de cómo van las cosas en Lamont, pero se mantiene al margen de la toma de decisiones. “Con una mente como la suya, siempre tendrá observaciones”, aseguró Woodworth.
Iniguez indicó que ahora está intentando seguir el ejemplo de Farrow para dar paso a la próxima generación de administradores de la huerta y tomar más tiempo para pensar sobre el futuro de esta.
“Creo que soy el primer agricultor nacido en México [que trabaja] a este nivel en Nueva York, así que estoy tratando de ser un ejemplo”, apuntó. “Llevo 25 años haciendo esto, así que es difícil mantenerse alejado y dejar que hagan su trabajo. Es un proceso de aprendizaje que tiene que ocurrir. No se puede empoderar a la gente sin renunciar al control”. •
—por Kate Prengaman
El rey de la carga frutal
El manejo de precisión de la carga frutal impulsa el éxito de Farrow.
Los productores de Nueva York y de toda la región este de los Estados Unidos han logrado grandes avances en los últimos 20 años en cuanto a encontrar y ajustar sistemas de huertos de alta densidad que funcionan en su clima. Esa es la base de la horticultura de precisión. El siguiente paso para alcanzar la rentabilidad, y algo con lo que los productores están lidiando hoy en día, es el manejo de precisión de la carga frutal.
“La gestión de la carga frutal alcanza su valor máximo cuando se tiene el terreno adecuado, el portainjerto adecuado, el sistema adecuado y la variedad adecuada”, apuntó Rod Farrow. “Esa es la clave hoy en día para nuestro próximo salto”.
Su interés por la carga frutal comenzó con su mentor, George Lamont. No tenían dinero para podar a mano, así que comenzaron a experimentar con diferentes tasas y tiempos de aplicación de ANA (ácido naftalenacético) y descubrieron que la superposición de cuatro o cinco aspersiones a una tasa baja reducía el riesgo de podar en exceso a la vez que les permitía aproximarse más a sus objetivos.
Más tarde, el modelo de carbohidratos, desarrollado por los fisiólogos de Cornell, Terence Robinson y Alan Lakso, revolucionó el proceso, añadió Farrow. El modelo ayuda a los productores a comprender cómo las condiciones climáticas influyen en la reserva de carbohidratos de los árboles y la probable eficacia de los productos de raleo químico. Los productores usan el modelo para planificar las aspersiones, pero Farrow informó que también lo usa para evaluar en retrospectiva: ¿Se alineó realmente el tiempo con el pronóstico meteorológico? Si no tuvieron buen clima para el raleo, pueden sentirse confiados de volver a rociar más pronto.
“La gente piensa que somos muy agresivos porque hacemos cinco aplicaciones de raleo químico, pero en realidad esa estrategia es conservadora”, explicó Farrow. “Se corre menos riesgo al hacer múltiples aspersiones”.
Aunque el modelo tiene ahora una aplicación móvil fácil de usar, en un principio solo Robinson podía ejecutar el modelo complejo. Robinson recuerda el entusiasmo de Farrow por la herramienta, tanto que un año, mientras hablaba en una conferencia en Chile y el modelo no se actualizaba, Farrow le envió un correo electrónico: “¡Tienes que volver rápido, me he vuelto adicto a los carbohidratos!”
“Eso era lo que pensaba: Si puedo alcanzar el tamaño ideal de la cosecha, me ganaría 5,000 USD más, así que no importa si cuesta 500 USD más hacer la poda o 200 USD más hacer el recuento de las yemas”, explicó Robinson. “Comenzó la poda de precisión antes que nadie en el estado”.
La simplicidad de los sistemas de espalderas superpuntiagudas hace que esa estrategia basada en el conteo de yemas sea más fácil de realizar, afirmó Robinson. Es difícil convencer a alguien de que cuente un árbol de 300 yemas, señaló, pero 100 yemas es manejable.
La pasión de Farrow por el manejo de la carga frutal llevó a Robinson a invitarlo a colaborar formalmente en un nuevo proyecto de investigación financiado por el gobierno federal que busca tecnología para avanzar en el manejo de precisión de cultivos. Farrow es el único miembro del equipo que no es científico.
Ahora Farrow cree que el raleo de flores representa la próxima meta para los productores de manzanas de la región Este de Estados Unidos, para ayudarles a mantener el ritmo de los productores de Washington. El raleo de flores ofrece los beneficios de aumentar el tamaño de las manzanas Gala, y por lo tanto las ganancias, y ayuda a las manzanas Honeycrisp a volver a florecer.
Pero el polisulfuro de calcio y el aceite, el pilar del raleo de flores en el oeste de Estados Unidos, representa un riesgo demasiado grande para el clima de Nueva York, informó recordando un año en el que él y Lamont agrietaron toda una cosecha de manzanas Empire.
Los productores de Nueva York que están experimentando con el raleo de flores utilizan ATS (tiosulfato de amonio), apuntó Farrow, pero no quema tan abajo en el tubo de polen como el polisulfuro de calcio, lo que hace que la selección del momento de aplicación preciso sea aún más importante.
“No nos acercamos a un raleo adecuado este año porque pasamos del color rosa a la caída del pétalo tan rápido que no pudimos detener la fertilización”, explicó Farrow.
La imprevisibilidad del clima en Nueva York, el cual no superó los 13 °C (55 °F) en 2018 pero no bajó de 32 °C (90 °F) este año, hace del raleo de flores un reto.
“Algún día tendremos programas para ambos”, aseguró Farrow. “Solo tenemos que encontrar el programa adecuado”.
—por Kate Prengaman
El éxito comienza en el vivero
Para Farrow, los árboles de diseñador producidos en el vivero casero son el mejor comienzo para los huertos con espalderas superpuntiagudas.
Cuando Rod Farrow vio por primera vez huertos con espalderas superpuntiagudas durante una gira de la Asociación Internacional de Árboles Frutales en Columbia Británica, fue amor a primera vista. Pero si no fuese por los árboles adicionales en el vivero de su huerta, puede que nunca las hubiese probado.
“Si no hubiéramos cultivado nuestro propio vivero, de ninguna forma hubiésemos gastado tanto en árboles”, aseguró Farrow. “No hemos comprado un árbol de vivero desde 1992”.
Acredita el ahorro en el costo de los árboles con una parte significativa del éxito de su huerta. Sin embargo, es exactamente lo opuesto al dinero fácil.
“En mi opinión, para ser un buen productor se tiene que hacer todo a tiempo, y hay que ser capaz de hacer el trabajo del vivero primero”, explicó. “La planificación del vivero es aún más esencial”.
La decisión de ampliar el vivero para producir suficientes árboles para la transición de la mayor parte del huerto a las espalderas superpuntiagudas facilitó el trabajo del vivero, señaló Farrow, porque el programa de viveros más grande justificaba la maquinaria y el personal dedicados.
El beneficio financiero va más allá de los precios de los árboles, agregó Farrow, porque le permitió utilizar el flujo de caja para invertir en nuevos plantíos. En lugar de hacer un gran cheque antes de sembrar, extendió la inversión en la producción de árboles y gran parte del costo pasó a través de la nómina.
“Nos ha ayudado a poder sembrar árboles todos los años”, apuntó.
A lo largo de los años, Farrow y sus socios, José Iniguez y Jason Woodworth, refinaron su estrategia para el vivero.
“Al principio, solo intentábamos cultivar árboles de la forma más barata posible, usando injertos de invernadero de un año” para llenar los plantíos con espalderas superpuntiagudas, declaró Woodworth. Pero al ver cuánto tiempo tardaban en crecer esos árboles y comenzar su producción, decidieron explorar cómo producir mejores árboles.
Ahora dejan los árboles un año más en el vivero —una estrategia comúnmente conocida como dejar que los árboles crezcan de más— y animan a docenas de pequeñas ramas a producir árboles diseñados específicamente para su sistema de espalderas superpuntiagudas. Al momento del trasplante, los “árboles de diseñador” suelen tener una altura de 2 o 3 metros (8 o 9 pies) en un sistema que culmina a los 3.4 metros (11 pies).
“Se trata de encontrar el árbol que encaje en el huerto básicamente listo para el trasplante y dejar todos los juveniles en el vivero”, explicó Farrow.
Si descubren que una variedad recién seleccionada no va a tener éxito, Farrow no tiene reparos en injertar un bloque joven para cambiar el esqueje.
“El hecho de que tengamos un sistema y de que sea barato cambiarlo, [tiene como resultado que] no me importaría arriesgar cualquier buena variedad porque sé que nuestro costo de cambio es muy pequeño”, añadió Farrow.
Farrow atribuye a Mike Argo, propietario de Argo’s Grafting Co. en Yakima, Washington, el haberle enseñado una técnica de injerto lateral que funciona de maravilla en su sistema de espalderas superpuntiagudas. “Fue fantástico que estuviera dispuesto a compartirlo”, indicó Farrow, y añadió que Argo aceptó enseñarle porque estaba demasiado ocupado en Washington para venir a Nueva York regularmente.
Durante años, el equipo de Farrow cortaba los árboles para injertar, dejando sólo una rama del vivero. Luego, comenzó a tomar prestada una idea que aprendió en una gira por el huerto de Trever Meachum en Michigan. Meachum despejaba las ramas de la parte inferior del tronco para dar al injerto un lugar soleado, pero por lo demás dejaba la copa del árbol para la última poda, explicó Farrow.
Con esta estrategia solo sacrifica un año de producción. En el año del injerto, el crecimiento nuevo suele alcanzar de 0.6 a 0.9 metros (de 2 a 3 pies), pero con el viejo esqueje se siguen recogiendo 124 cajones por hectárea (50 cajones por acre) en lugar de los 173 (70) habituales, agregó Farrow. Luego podan la parte superior, pierden un año de cosecha entrenando un nuevo árbol, y cosechan de 74 a 99 cajones por hectárea (30 a 40 cajones por acre) al año siguiente.
“Simplemente la tomó (la técnica de injerto), la adoptó por completo y lo hizo muy bien”, señaló Argo. Como viverista, también elogió el trabajo de Farrow allí.
“Cuando trabajas con un árbol desde un estado de injerto de invernadero, como lo hace Rod, se puede hacer crecer el árbol entero perfectamente —las ramas, los líderes—, todo se puede diseñar”, informó. “No hay mucha gente que pueda hacer eso. Se está convirtiendo en un jardinero en lugar de un horticultor, y realmente hay que cambiar la forma de pensar hasta poder pensar como un jardinero para darles lo que necesitan”.
—por Kate Prengaman